COMPAÑEROS DE VIAJE

El fuego que no ardió

Hay algo que convierte a Virgilio en el “primer poeta moderno”: el descontento hacia el propio texto

Rafael Argullol
2 min
Oli d’Ingres, fet el 1812 i que es conserva a Toulouse, que representa el poeta.

S

e dice que Virgilio, moribundo, quiso quemar la Eneida y que así lo indicó a sus albaceas. No se cumplieron sus deseos, y durante casi 1800 años Virgilio fue considerado el poeta por excelencia. Con la Ilustración y sobre todo con el Romanticismo Homero tomó en cierto modo el sitial de Virgilio, pero el prestigio de éste continuó pues al fin y al cabo siempre cabía recordar que fue elegido por Dante para hacer de guía en el ultramundo. En la antigua Roma ningún poeta gozó del reconocimiento y de la autoridad moral de Virgilio, favorito de César Augusto pero favorito también de amplios sectores de la población. Sus versos eran recitados de memoria y era ovacionado cuando se le veía en lugares públicos.

Un caso insólito, pues, que siempre ha sido explicado por la misión que le correspondió desempeñar. Virgilio fue lo que modernamente ha sido considerado “poeta nacional”, alguien encargado de otorgar a una comunidad un mito acerca de su origen, unas señas de identidad y una grandeza histórica que, aunque extraída de las brumas, dibujara una sólida silueta del presente y augurara un prometedor futuro. Todo eso, con respecto a Roma, lo hizo Virgilio con la Eneida: en cierto sentido, gracias a este largo poema, Roma disponía de un pasado honorable, de un presente dorado y de un futuro grandioso. Sus compatriotas se lo agradecieron sin preguntarse, claro está, por las fronteras entre mentira y verdad. Ninguna comunidad humana se ha preguntado por esas fronteras si lo que se le decía era maravilloso.

Sin embargo, esto no justificaría la leyenda de esa muerte de Virgilio que implicaba la muerte de su gran obra. Hay algo más, algo que convierte a Virgilio en el “primer poeta moderno”: el descontento hacia el propio texto. Tenemos informaciones suficientes para saber que Virgilio consideraba inacabada e imperfecta su obra. La enfermedad y la intuición de la cercana muerte le impedían ya rectificar. Era, pues, mejor quemar el libro. De ahí sus indicaciones. Una buena parte de la cultura occidental ha dependido de que nadie le obedeció.

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