El hombre que sonreía

Voltaire tenía un don único para la síntesis lapidaria

Rafael Argullol
2 min
L’home que somreia

Voltaire fue sin duda el primer escritor ilustrado del que escuché hablar en mi vida. Para mal. Fue en el colegio, porque había un cura que se recreaba explicando las terribles imágenes que rodearon su muerte. Según el cura Voltaire, en medio de una especie de delirium tremens, fue acosado por sabandijas, serpientes y todo tipo de monstruos, una bacanal del horror que anticipaba su segura marcha al infierno como castigo de su ateísmo e impiedad. Esta historia impresionó mucho a los alumnos y a mí, naturalmente, me despertó la curiosidad por saber algo de un hombre tan malvado. En una enciclopedia encontré una reproducción del busto que esculpió Jean-Antoine Houdon. Voltaire sonreía entre apacible e irónico. Era una excepción porque los personajes ilustres siempre aparecían con aspecto serio, casi hosco. Instintivamente fui volteriano durante una parte de mi vida, pero luego me cansé de los que alardeaban de volterianismo. No me gustaban ni el ateísmo demasiado fácil ni el anticlericalismo excesivamente añejo. Las provocaciones volterianas parecían más adecuadas para un pasado definitivamente alejado. Sin embargo, no dejé que el hombre, que el escritor, quedara sepultado por la caricatura. No dejé que el volterianismo devorara a Voltaire como no he querido que el wagnerianismo succionara a Wagner. Leí muchas de las obras de Voltaire, y aún hoy considero que el Cándido es una de las mayores obras maestras de la sutileza y la ironía que se hayan escrito nunca.

He disfrutado con muchas reflexiones y definiciones del Diccionario filosófico. Voltaire tenía un don único para la síntesis lapidaria precisamente en un siglo, el XVIII, en el que abundaron los grandes escritores lapidarios, moralistas y antimoralistas de la palabra justa para la idea justa. Es difícil decir cuál es la más decisiva obra de Voltaire pero me quedo, por su dramática profundidad, con el poema que escribió tras el terremoto de Lisboa. El cínico Voltaire se eleva hasta la altura de un antiguo poeta trágico al resaltar la fragilidad de la condición humana. No obstante, cuando pienso en Voltaire, sigo recordando las truculentas ensoñaciones del cura sobre su inminente infierno. Menos mal que también pienso en el busto de Houdon: en ese Voltaire de expresión risueña, inteligente, que tanto hizo para que los hombres fuéramos un poco más libres.

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