Rafael Argullol

Saber es sentir

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La filòsofa, en una imatge del 1986, quan tenia 82 anys, va ser un referent intel·lectual de gran influència als anys vuitanta.

Vi una vez a María Zambrano en su casa de Madrid. Estaba rodeada de gatos y tenía ochenta y pico de años. Su voz era realmente singular: ronca, profunda, con multitud de acentos superpuestos, desde el malagueño original al mexicano, desde el francés al italiano. Su dicción era clara, precisa, pese a que tenía la salud muy deteriorada y no tardaría mucho en morir. En la conversación ironizó sobre los muchos reconocimientos que entonces se le otorgaban tras tantos años de indiferencia. También hablamos de José Lezama Lima, un escritor por el que Zambrano tenía devoción y juzgaba como uno de los más importantes de la literatura contemporánea.

En los años ochenta del siglo pasado, en efecto, la influencia de María Zambrano era extraordinaria y en los medios intelectuales su figura había desbordado, por mucho, a la de su maestro, Ortega y Gasset. En Zambrano buscábamos muchas cosas, entre ellas una aproximación a la idea de lo sagrado que no fuera estrictamente religiosa pero que tampoco se conformara con la negación atea. En libros como 'El hombre y lo divino' o 'Claros del bosque' uno podía internarse en un laberinto, inquietante y reconfortante al mismo tiempo, en el que estaban marcados los caminos, siempre llenos de encrucijadas, en los que se exploraba la trascendencia humana.

Siendo de gran estímulo estos libros la obra de María Zambrano que yo más recorrí —quizá porque era la que más me interesaba para mis propios proyectos personales— fue 'Filosofía y poesía'. En este texto Zambrano, con gran riqueza de argumentos, propone una superación de la habitual dicotomía entre lo filosófico y lo poético establecida por la cultura occidental. Ante el maniqueísmo de que la filosofía pregunta con la razón mientras la poesía responde con la emoción, Zambrano propone una razón poética en la que el cuerpo y sus sensaciones son el centro del conocimiento. No sentimos porque sabemos sino que sabemos porque sentimos.

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