Cataluña y la revolución de los valores

La combinación de la política con la ética no es un sueño ingenuo

Ramin Jahanbegloo
4 min

Director del Centro Mahatma Gandhi para la Paz de la Universidad Global de JindalHace pocos meses la Universitat Autònoma me invitó a Barcelona para hacer varias conferencias sobre democracia, paz y no violencia. En un acto que compartí con la doctora Cristina Narbona, del Partido Socialista Obrero Español, expliqué que uno de los grandes problemas de las democracias liberales en el mundo actual es la falta de líderes políticos con capital moral. Me refiero a ciudadanos-políticos que estén más preocupados por el arte de organizar una sociedad que por gobernar personas con mentiras, corrupción y fuerza. Si el precio político de gobernar a los demás, en vez de organizar una sociedad con ellos, es humillar a los que no están de acuerdo contigo, el precio es sin duda excesivo y no hay espacio para la democracia.

A raíz de los enfrentamientos en Barcelona de la policía antidisturbios con los independentistas no-violentos, sería perfectamente legítimo preguntarse por qué los que ejercen el poder político tienen tanta dificultad para ser justos y éticos. ¿Esto quiere decir que en el mundo actual la ética ya no es relevante para la política? ¿O tenemos que llegar a la conclusión de que en el ámbito del poder político no hay conciencia moral?

Cuando hablo de política con conciencia, estoy pensando en una sociedad de ciudadanos regida por la verdad y que se construye sobre la verdad. El filósofo checo Jan Patocka escribió una vez que "vivir sin estar dispuesto a sacrificarse por el que hace que la vida tenga sentido no es vivir". Patocka argumentó que la historia se inició cuando las personas comenzaron a moverse en el mundo de una manera claramente humana, viviendo en la verdad.

Hoy los catalanes están haciendo historia, con España o sin. Y no sólo porque algunos quieren la independencia y otros siguen siendo fieles a la soberanía española, sino porque, a diferencia de los agentes de la policía que atacan las manifestaciones, apelan al concepto 'conciencia' en la política para dar un fundamento más ético a sus reivindicaciones civiles. Por ello, estoy convencido de que nunca podremos preservar la democracia española, ni siquiera 'democratizarla', sobre la base del estado de derecho, si no construimos al mismo tiempo un estado ético que, independientemente de hasta qué punto sea soberano , sea más humano, compasivo y empático.

Seamos francos. Visto desde lejos, lo que falta hoy en la agenda del futuro de Cataluña es simplemente el concepto 'política con conciencia'. La política con conciencia no es la pura práctica de la moral, sino sobre todo la creación de un espacio que debería entenderse en términos de decencia y no violencia. Simplemente es una cuestión de ponerse al servicio de la alteridad de los otros. Se trata de una concepción de la responsabilidad que sin duda no encaja con los que están al lado del poder y de un estado centralizado, sino que concierne concretamente la vida de los que piensan de manera diferente y quieren vivir autónomamente. Esta preocupación auténtica por la alteridad de los otros nos recuerda la fragilidad inherente de la existencia humana y la fragilidad de la condición política humana.

Pegar a catalanes jóvenes y viejos que se manifiestan por la independencia de Cataluña es una señal de debilidad, no un ejemplo de liderazgo moral. El uso de la violencia no es ni un signo de tolerancia, ni una invitación al diálogo, sino una manera de intentar demostrar que uno es el dueño en casa de otra persona. Aunque se tengan las mejores intenciones del mundo, no veo cómo y por qué el liderazgo político y la fuerza policial necesitan humillar a los catalanes para controlarlos.

Si mañana la mayoría de los catalanes, excepto una persona, cambian de opinión y se convierten en unionistas, la verdad seguirá siendo la verdad, aunque sea para una minoría formada por una sola persona. Esto me lleva a la cuestión de si lo que está pasando en Cataluña tiene algún efecto sobre lo que pasa en el mundo con la alteridad de los otros. Creo firmemente que lo que está pasando en Cataluña no es una revolución política, sino lo que podemos llamar una 'revolución de los valores'. Tomo prestado este término de Martin Luther King, que consideraba que la historia consiste en escuchar y aprender. Sabía que, si no optan por escucharse unos a otros, los humanos andarán a oscuras. El doctor King era valiente no porque pudiera derrotar a sus adversarios a través de la fuerza física, sino porque contribuyó a ganar una democracia para su país a base de protestas pacíficas y no violentas. Salvó América, porque creía que la democracia norteamericana es importante, pero sobre todo porque opinaba que la dignidad humana es importante. Después de todo, la combinación de la política con la ética no es un sueño ingenuo. Naturalmente, para los que entienden la política como la alta responsabilidad de alcanzar el estado ético de la sociedad, subordinar la política a la conciencia es comprender y practicar la democracia en términos de decencia. Naturalmente, si esto es así, es hora de que los líderes políticos tomen conciencia de que sólo hay una vía en Cataluña, en España, en Europa y en el mundo para mantenerse fieles a la noción democrática de la política: ser decentes y actuar de acuerdo con la propia conciencia. Pero, para ello, es necesario que todo el mundo preste atención a la 'revolución de los valores' de Cataluña, incluyendo los propios catalanes.

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