La crisis que vendrá: sobre presupuestos y elecciones

El 28 de abril tendremos algunas respuestas y por suerte estas las decide la gente

Xavier Domènech
4 min

Francia había caído, poco más de diez días habían bastado y el continente estaba en manos de los nazis. Todo el mundo esperaba una rendición británica sin más. Churchill, sin embargo, se dirigía al Parlamento británico y afirmaba: "Nos mostraremos una vez más capaces de defender nuestra isla, de capear el temporal de la guerra, y de sobrevivir a la amenaza de la tiranía, si es necesario durante años, si es necesario solos [...]. Lucharemos en los mares y océanos, lucharemos cada vez con más confianza y fuerza por el aire; defenderemos nuestra isla a cualquier precio. Lucharemos en las playas, en los campos y las calles... no nos rendiremos nunca".

Gran Bretaña estaba sola, la URSS y EEUU no habían entrado todavía en el conflicto, y poco después comenzaría una de las batallas aéreas más monstruosas de la historia. Una campaña que la Luftwaffe estuvo a punto de ganar en agosto de 1941 con la destrucción de parte de las defensas británicas. Si esto hubiera sucedido la historia de la humanidad tal vez habría sido diferente. Entonces en septiembre comenzó el Blitz, los bombardeos masivos contra la población civil británica. Se la quería sumisa y rendida ante una posible invasión. La aviación británica se tenía que preservar de las pérdidas, una confrontación directa en ese momento habría sido fatal, la producción debía recuperarse para hacer frente a la guerra, se estaba produciendo una movilización de mano de obra femenina sin parangón en la historia británica y europea. La población masivamente se refugió –aunque algunos lores británicos afirmaban sin ruborizarse que resguardarse no era honorable– y aguantó. Churchill cuando llegó al poder fue sincero en este sentido, no quiso engañar a nadie: "No tengo nada que ofrecer -dijo-, sólo sangre, sudor y lágrimas". Contra el pronóstico de Hitler, que había arrodillado a poblaciones enteras a las que habían explicado que la victoria era segura, aguantaron y a veces resistir es vencer. Fue la primera derrota de Hitler y una nueva esperanza conmovió Europa.

Probablemente lo que se había hecho no había gustado a los lores. Se llama estrategia. Capacidad de planificar a largo plazo calculando tanto tus movimientos como los del adversario, en escenarios cambiantes.

A principios de año en la sede de una multinacional en Cataluña hay una reunión de urgencia, convocan a sus responsables técnicos, les enseñan una serie de proyecciones con una sola conclusión: en 2020 habrá una nueva crisis económica. Hay que prepararse estratégicamente, de nuevo pensar en los movimientos necesarios a realizar en escenarios cambiantes. La cosa no es tan nueva, en septiembre JP Morgan ya avanzaba la posibilidad de esta crisis para la que debían estar preparados los inversores, y mientras tanto los economistas del Bank of America establecían una simulación sobre su impacto posible en la eurozona: España sería el país más afectado. Es por ello que el Banco Central ha aplazado de nuevo la subida de tipos de interés, asegurando, eso sí, que hay pocas opciones de recesión, pero a la vez poniendo en marcha previsiones de nuevas inyecciones de liquidez. El hecho es que cerramos el año con caídas de la producción industrial en países como Italia, España y Alemania. Esto era a finales de año. En enero Italia ha entrado en recesión y Alemania en estancamiento, y en marzo es el Brexit. No se habla de esto en los Parlamentos. De hecho, mientras se hacía aquella reunión en la multinacional, el presidente Torra estaba visitando al politólogo Fukuyama en Estados Unidos. Un encuentro a puerta cerrada con el que en 1992 había pronosticado el fin de la historia para justificar un nuevo orden neoliberal. Un nuevo orden que, lejos de ser el fin de la historia, nos ha llevado al periodo de inestabilidad más potente de los últimos 40 años.

Tenemos nuevas elecciones generales a la vista y probablemente mientras a puerta cerrada se siguen realizando muchas reuniones en el ágora pública poco hablaremos de todo esto. La cuestión catalana, sintetizada en la figura de un relator, ha producido esta aceleración. Pasarán mil elecciones y cuando se despierten Cataluña seguirá allí. Pero lo cierto también es que las nuevas medidas fiscales que acompañaban la propuesta de presupuestos pactada entre Podemos, las confluencias y el PSOE, generaban la hostilidad manifiesta de ciertos sectores económicos. Lo cierto también es que la dirección del PSOE había mantenido siempre la doble posibilidad de intentar aprobar estos presupuestos o de conseguir la foto de unos presupuestos tumbados tanto por el PP y Cs como por los partidos independentistas. Una opción u otra era una cuestión de dominio de los tempos para llegar al momento que les fuera más favorable para convocar unas elecciones. La semana pasada aparatos mediáticos que le eran cercanos se giraron completamente contra el gobierno. Por debajo hay una gran operación, mientras se teme y se agita el espantajo de la posibilidad de un gobierno del PP, Cs y Vox, el 'trifachito' por el que algunos iluminados en Cataluña parecen también suspirar, se presionará por un gobierno real PSOE-Cs. Se trata de reconstruir el régimen, pero sobre todo se trata de asegurar la gestión neoliberal de la posible crisis que vendrá. Ciertamente esta opción no será favorable ni en términos sociales ni en términos nacionales para los catalanes y catalanas. Tampoco responderá a los manuales de tacticismo de algunos que no saben distinguir entre momentos defensivos y momentos ofensivos y que dejan a las corrientes situacionistas de los sesenta en un juego de niños. Mientras, hay otro debate de presupuestos, los catalanes, un debate que probablemente tampoco viviremos, en qué se trataría de saber si la voluntad del Govern es sólo hacer de buenos contables, teniendo como máxima aspiración exclusivamente salir del FLA, o se quiere iniciar una política económica anticíclica ante las tempestades económicas que se vislumbran en el horizonte.

Churchill afirmaba: "Si Hitler planeara invadir el infierno, me pronunciaría a favor del diablo en el Parlamento". No es que fuera un amante del diablo, sencillamente es que sabía que la responsabilidad de un gobierno ante su población era conquistar las mejores posiciones posibles en los tiempos más adversos posibles. En todo caso, el 28 de abril tendremos algunas respuestas y por suerte estas las decide la gente, más allá de lo que puedan decir los Fukuyama de hoy.

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