El PSOE se impone y mira hacia la izquierda

Sánchez recupera una posición de dominio en el Congreso, perdida por la llegada de Podemos

Dani Sánchez Ugart
4 min
Sánchez, celebrant la victòria a la seu del POE

MadridPedro Sánchez lo apostó todo a la posibilidad de que la sobreactuación de la derecha por sus presuntas cesiones a los independentistas no fuera el vector que moviera a los electores. Convocó elecciones anticipadas en medio de la crisis del relator, que excitó a los tres partidos de derechas, que amenazaban con expulsarlo de la Moncloa y estaban inmersos en una competición para ver quién era más duro contra él, en una estrategia coronada con la foto de Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal en la plaza Colón. Acertó. Aquella imagen, que resumía la amenaza de la entrada de la ultraderecha en el Gobierno, acabó por movilizar masivamente a los votantes progresistas, escaldados después del pacto en Andalucía de los tres partidos, que ayer le dieron una victoria rotunda en las elecciones generales españolas.

El PSOE recuperó una posición de dominio en el Congreso perdida de forma contundente por la llegada de Podemos, en una cámara más dividida que nunca. La distancia entre los escaños socialistas (123) y los del PP (66) otorgó a Sánchez una victoria sin paliativos, indiscutible. Pero no sólo eso, sino que el bloque de las tres derechas se quedó muy lejos de cualquier posibilidad de mayoría. La entrada de la ultraderecha de Vox (24) quedó por debajo de las expectativas, hinchadas por los mismos grandes partidos con el objetivo de movilizar a sus electores. Y sólo Rivera, entre los tres de la foto de Colón, salvó los muebles mejorando los resultados (57), sin conseguir, sin embargo, el objetivo de liderar la oposición a Sánchez, que ahora tiene la tarea de formar una mayoría de gobierno que no es clara.

El desde hoy presidente español en funciones dijo, durante la campaña, que priorizaría un acuerdo progresista con Unides Podem, que sufrió un correctivo por el ascenso de Sánchez y pasó de 71 a 42 escaños. Pero la aritmética le dificulta esta suma, que requeriría un pacto con los nacionalistas vascos, Compromís y otros partidos, con los independentistas catalanes como los mejor situados para tener la clave para hacerla posible. El líder socialista no quiere acuerdos estables con ERC y JxCat (aunque sólo haría falta el apoyo de uno de los dos), los cuales considera socios poco fiables y sobre los cuales no quiere hacer descansar la estabilidad. Pero la suma de las izquierdas es la que elevó sus perspectivas electorales ante una derecha enfurecida y un veto de Ciudadanos, que al inicio de la precampaña decidió abandonar la posición de centralidad. “Con Rivera no”, gritaban ayer los militantes del PSOE delante de la sede del partido. “Ha quedado claro", respondió Sánchez. El pacto con el partido de Albert Rivera es aritméticamente posible. Pero el líder del partido naranja ha hecho bandera durante la campaña de este veto. A pesar de los cambios de posición que ya ha protagonizado en el pasado, parece difícil explicar a los electores de Ciudadanos un giro copernicano hacia un pacto con los socialistas, que, eso sí, es el preferido para el establishment económico y mediático, que no quiere ni oír hablar de lo que se ha bautizado como 'gobierno Frankenstein'.

Los independentistas catalanes se encontrarán delante a un aspirante a presidente con pocas ganas de entrar a negociar con ellos y con una situación política envenenada. La gestión de la sentencia a los presos políticos —los indultos volverán a ser tema de discusión después de una campaña en la que la derecha los ha utilizado como arma contra Sánchez— y la lucha interna entre independentistas —que ayer ganó ERC, que se impuso no sólo a JxCat, sino también al PSC en la batalla catalana— dificultarán la oferta de estabilidad en el Gobierno. Dado el caso, los independentistas deberán decidir si regalan al PSOE la investidura (podrían tener suficiente con una abstención) para evitar un escenario de repetición electoral y cierran el paso de la Moncloa a Rivera. Y también lo tendrán que explicar a sus electores.

La derecha erró el diagnóstico. Casado, Rivera y Abascal compartían, a grandes rasgos, el relato del golpe de estado. Dibujaban el 1-O y los hechos que están siendo juzgados en el Supremo como un acontecimiento equiparable al 23-F, y situaban a Pedro Sánchez como cómplice. Delante de esto, el presidente español planteó las elecciones como un plebiscito entre él y la extrema derecha. Se alimentaba de los exabruptos de sus rivales y se ubicaba como una opción moderada que no quería atizar el conflicto territorial, sino ponerlo en vías de resolución con una promesa etérea de diálogo. Profundizar el conflicto o tratar de superarlo, con pocas concreciones.

Casado, hundido

El error de diagnóstico de la derecha abre una crisis mayúscula en el bloque. El que salió peor parado fue Casado, que perdió más de la mitad de los escaños que obtuvo Mariano Rajoy en el 2016, y que ni siquiera puede refugiarse en la excusa de Vox, aunque es cierto que la división perjudicó la conversión en escaños del resultado. El porrazo fue de tal magnitud que la salida lógica para el presidente del partido sería una dimisión que, no obstante, no parece cerca, por la inminencia de las elecciones autonómicas del 26 de mayo. La dureza y la aproximación a los postulados de Vox le valieron el peor resultado de la historia del PP, y los moderados del partido, como Alberto Núñez Feijóo, le harán rendir cuentas, tarde o temprano.

Sánchez gana. España no abraza la ultraderecha y el bloque de derechas recibe un fuerte correctivo. Pero la gobernabilidad española no está asegurada y, de nuevo, la cuestión catalana marcará la agenda.

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