75 ANIVERSARIO DEL DESEMBARCO DE NORMANDÍA

Normandía 75 años después

La operación Overlord se hizo en paralelo con la menos conocida Bagration en el frente del este

Joan Pastrana
7 min
Soldats canadencs estudiant, el mateix 6 de juny del 1944, una maqueta de les defenses de Normandia deixada per l’exèrcit nazi.

HistoriadorHace 75 años, las playas del norte de Francia se vieron trastornadas por el ruido de un masivo bombardeo aeronaval que anunciaba la tan largamente esperada invasión angloamericana de la Festung Europa hitleriana. Se trataba de una operación largamente esperada por todos los actores del último gran conflicto mundial, así como por la población de una Europa Occidental que llevaba cuatro años sometida a la ocupación de las fuerzas alemanas. Para muchos era la señal de que la liberación del yugo germánico estaba llamando a la puerta; para otros, para los que habían colaborado con los nazis, era un motivo de terror en estado puro.

El Desembarco de Normandía, cuyo nombre en clave era Overlord, fue motivo de amargas disputas entre británicos y norteamericanos. Mientras que el primer ministro británico, Winston Churchill, insistía en la necesidad de que el desembarco se hiciera en los Balcanes, lo que él denominaba el blando bajo vientre de Europa, los norteamericanos estaban claramente decantados por un ataque directo, muy de acuerdo con su mentalidad de poner fin al conflicto cuanto antes mejor. En este sentido, contaban como aliado a Iósif Stalin, el premier soviético. Durante casi tres años la Unión Soviética se había enfrentado a la mayor parte de la potencia militar del Eje, y no paró de pedir insistentemente la apertura de un segundo frente que hiciera disminuir las fuerzas enemigas. El punto clave fue la Conferencia de Teherán (1943), en donde Winston Churchill fue completamente marginado de la toma de decisiones de cara al año 1944, y donde el presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt se comprometía con Stalin a un ataque directo contra el centro del poder alemán.

Estas tensiones de la esfera política se trasladaron al ámbito militar, donde ya hacía tiempo que se producían rifirrafes entre generales norteamericanos y británicos, especialmente entre los egos descomunales de Patton y Montgomery. Fue necesaria toda la diplomacia de otro general, Eisenhower, comandante en jefe de las fuerzas conjuntas, para que siguieran trabajando juntos para derrotar al enemigo nazi. No fue el único choque de visiones entre militares, pero sí el más destacado, dado que, sin duda, eran dos de los mejores generales de los ejércitos occidentales.

Pero Overlord también tenía un nivel estratégico que muchas veces ha quedado en el olvido. No se trataba de una operación aislada, sino de un ataque que se desarrollaría paralelamente a una masiva ofensiva soviética a partir de mediados de junio en el frente del este, cuyo nombre en clave fue operación Bagration. Las dos ofensivas debían prestarse un apoyo mutuo, fijando a las fuerzas alemanas en los dos teatros de operaciones y haciendo que las reservas disponibles tuvieran que dividirse, necesariamente, entre dos destinos diferentes, reduciendo así su impacto en el frente donde fueran destinadas. El debate sobre si Bagration ayudó a Overlord o al revés todavía está vivo, así como el de cuál de las dos operaciones fue más clave para el triunfo de la otra. Y como muestra, un revelador título de un libro del historiador norteamericano Kenneth C. Weiler, aparecido en 2010: Por qué se ganó la batalla de Normandía. Operación Bagration y la guerra en el Este 1941-1945.

El asalto a las playas de Normandía fue un ejercicio logístico de una magnitud nunca vista. La acumulación de suministros; la creación de equipos especializados, como las versiones anfibias de los carros de combate Sherman y Churchill; el desarrollo de puertos artificiales conocidos como Mulberrys... Sólo la potencia industrial norteamericana podía llevar a cabo una operación de estas dimensiones y, aun así, fue necesario casi un año y medio de preparación para estar en disposición de iniciar el asalto final contra el régimen de Hitler.

Un ejército fantasma

Esta acumulación de medios se vio complementada por una de las operaciones de desinformación con más éxito de toda la historia: la denominada operación Fortitude. Durante meses, los servicios de información alemanes fueron intoxicados y se les hizo creer que el desembarco se produciría por el Paso de Calais, justo donde las defensas de la muralla del Atlántico eran más fuertes, un hecho que los alemanes querían creer. Así, se creó un auténtico ejército fantasma compuesto por tanques y camiones inflables, falsas órdenes de desarrollo y de asignación de recursos e, incluso, se puso al frente al general Patton, que había sido destituido del mando por haber abofeteado a un soldado con neurosis de combate.

Los alemanes tenían en muy alta consideración a este general y creían que sería él a quien los norteamericanos pondrían al frente del contingente yanqui para el desembarco. Por lo tanto, el desarrollo de este auténtico ejército fantasma en la zona de Stratford-upon-Avon, en la costa inglesa situada ante el Paso de Calais, todavía reforzó más las convicciones alemanas de que cualquier otro ataque sólo era una distracción del verdadero punto focal del ataque aliado. Un destacado elemento dentro de toda esta compleja operación fue un catalán, Joan Pujol, alias Garbo, que trabajó como agente doble de los servicios de espionaje enviando continuas informaciones falsas a los alemanes que apuntaban a la línea ya indicada. Reafirmaba así a los mandos hitlerianos en su creencia de que el desembarco sería por el Paso de Calais.

A pesar de la intensa preparación, la incertidumbre sobre el resultado final del ataque siempre se cernió sobre los aliados. De hecho, Eisenhower escribió una carta comunicando su dimisión en caso de que el ataque fracasara. Y así, cuando la noche del 5 al 6 de junio de 1944 los soldados subían a los aviones o se amontonaban en los barcos que los llevarían hacia las playas normandas, el terror era el sentimiento más común, tal como recoge el historiador británico Antony Beevor en su monumental libro El Día D. La incógnita sobre lo que se encontrarían realmente se veía influenciada por la propaganda nazi, que presentaba la muralla del Atlántico como un conjunto inviolable de gigantescas fortificaciones de cemento. A pesar de los informes del reconocimiento aéreo aliado y la resistencia francesa en sentido contrario, no se podía descartar nada.

Soldados que no hablaban alemán

Sorprendentemente, la preparación de los alemanes para enfrentarse al desembarco era menor de lo que se podía esperar. Las divisiones desplegadas en Francia habían sufrido continuas transferencias de personal para cubrir bajas del frente del este y tenían una baja prioridad en la asignación de materiales, especialmente de carros de combate Tiger y Panther, y la misma situación se repetía con las fuerzas aéreas. Además, muchas divisiones estaban etiquetadas como estáticas, es decir, sólo aptas para acciones limitadas de defensa costera, y en otras había las Ostlegionen, unidades reclutadas en territorios de la Unión Soviética como Georgia y Chechenia, muchas de las cuales, por lo tanto, ni hablaban alemán. Como explicó un mando alemán a su superior jerárquico, era extremadamente difícil pedir motivación a unos hombres que se habían alistado para luchar contra la opresión soviética y que se habían encontrado luchando por Alemania, contra ingleses y norteamericanos, y en Francia.

Además, los mandos alemanes estaban divididos sobre cómo había que hacer frente al ataque. Los dos máximos responsables, los mariscales Rommel y Von Rundstedt, diferían radicalmente: según Rommel, la única posibilidad de victoria consistía en enviar contra los invasores a todas las fuerzas disponibles en las primeras horas del ataque. Por el contrario, para Von Rundstedt lo mejor era dejar que avanzaran y lanzar después al combate los tanques para rodear y destruir a los invasores. Hitler adoptó una decisión ambigua: dividió las fuerzas blindadas entre los dos mandos, pero sólo una parte, mientras retenía bajo su autoridad a la mayor parte de las divisiones acorazadas.

La carnicería de Omaha

La acción principal fue una mezcla de éxitos y fracasos. En general, la resistencia fue menos firme de lo que se esperaba, con dos excepciones notables: la playa Omaha y el sector de la ciudad de Caen. En Omaha, apropiadamente bautizada como la playa sangrienta, los norteamericanos tropezaron con toda la 352.ª división de infantería: el resultado fue una carnicería dramática magníficamente reflejada por Steven Spielberg en Salvar al soldado Ryan. El segundo caso fue en Caen, donde las fuerzas británicas fueron paradas por la 2.ª división acorazada alemana. De hecho, la ciudad no caería hasta el mes de agosto.

Uno de los hechos más controvertidos fue la inmovilidad de la mayor parte de las formaciones blindadas alemanas. A causa de los hábitos de trabajo de Hitler, el dictador estaba durmiendo en el momento del desembarco y nadie osó despertarlo; por lo tanto, las divisiones acorazadas se quedaron sin moverse. Cuando por fin despertó, Hitler estaba eufórico. Según él, había llegado el momento de destruir a las fuerzas atacantes y dar un vuelco al conflicto, ya que la derrota aliada permitiría liberar a unidades para reforzar los frentes de Italia y el Este. Era una idea muy alejada de la realidad, pero ya hacía tiempo que la estabilidad mental de Hitler se iba peligrosamente hacia un mundo que sólo existía dentro de su cabeza.

75 años después, el desembarco de Normandía continúa vivo en la memoria popular gracias al protagonismo que le ha dado Hollywood: desde la clásica El día más largo hasta la brutal Salvar al soldado Ryan, pasando por la serie de HBO Hermanos de sangre. A pesar de su simbolismo —fue el inicio del final de la Segunda Guerra Mundial—, Normandía no fue la batalla decisiva del conflicto. Mucho más importante fue Bagration, que llevaría a los soviéticos a cruzar toda Bielorrusia hasta Varsovia, aplastando por el camino a todo un grupo de ejércitos con unos efectivos totales de más de 350.000 hombres. Para muchos mandos alemanes, a partir del 6 de junio la derrota final sólo era una cuestión de tiempo. Desgraciadamente, para la población alemana y de gran parte de Europa, Hitler no era uno de ellos, y su decisión de resistir hasta el final sólo incrementó el sufrimiento de mucha gente durante los últimos meses del último gran conflicto mundial.

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