CINE

Cannes vibra con el Tarantino más cinéfilo

‘Érase una vez en Hollywood’ homenajea el cine de finales de los 60

Xavi Serra
4 min
Canes vibra amb el Tarantino més cinèfil

Enviado especial a CannesCuando Quentin Tarantino viaja al pasado, la historia tiembla y el espectador sale ganando. Como en Django desencadenado o Malditos bastardos, el director norteamericano siempre adopta una mirada nueva o un punto de vista inesperado que reinventa los cánones del cine de época. Así, puede convertir a un negro en el héroe de un wéstern esclavista, a un grupo de judíos en vencedores de la Segunda Guerra Mundial o, como en Érase una vez en Hollywood, que ayer se estrenó en el Festival de Cannes, se puede acercar a los crímenes perpetrados por los acólitos de Charles Manson de la forma más elíptica e sorprendente. Concretamente, a través de una original variación de la mitología norteamericana que evita los lugares comunes para erigirse en subversiva carta de amor a la inocencia de una época —y, sobre todo, de un cine, el de finales de los 60— que precisamente fue aniquilada por la oscuridad que simbolizan los asesinatos ocurridos en 1969 en casa de Sharon Tate y Roman Polanski.

Es difícil hablar de una película como Érase una vez en Hollywood sin estropearle la experiencia al espectador. Tarantino, que lo sabe perfectamente, hace unos días pidió desde las redes sociales discreción a los primeros espectadores de la película. Ayer, antes de la proyección, un representante del festival incluso repitió el ruego de Tarantino a la prensa acreditada. Pero, sin entrar en detalles, sí que se puede afirmar que es la película más nostálgica de Tarantino, que reconstruye con minuciosidad casi fetichista la ciudad de Los Angeles, donde él creció de pequeño, desde las grandes avenidas y cines hasta los programas de televisión y una radio omnipresente que llena la película de música de la época. Los guías del espectador en este universo son el actor de wéstern en horas bajas Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) y el doble que le hace de chófer, Cliff Booth (Brad Pitt), un tipo duro que sabe utilizar los puños y no está para tonterías.

Si existe algo parecido a “la típica película de Tarantino”, Érase una vez en Hollywood no lo es. En primer lugar, porque es la primera obra del director que no juega claramente con un género cinematográfico, quizás porque el mundo del cine ya es su escenario principal. La película sigue los pasos de Dalton a través de los platós donde filma wésterns televisivos en Los Angeles o eurowésterns en Italia o Almería, una excusa que Tarantino utiliza para homenajear a Sergio Corbucci y el director madrileño Joaquín Romero Marchent. Según el director de Pulp fiction, siempre iconoclasta como cinéfilo, no hay diferencia entre el cine que se hace para la pantalla grande y el que se hace para la pequeña. La película también se aleja del canon tarantiniano con un guión menos literario que de costumbre, que no está basado en diálogos de perfección asesina sino en la suma de escenas y situaciones que van construyendo poco a poco, tomándose su tiempo, una historia casi conceptual, que sorprende incluso por el tiempo que tarda en aparecer la violencia.

Brad Pitt, sin camiseta

Con respecto a los dos protagonistas que dominan la función, Brad Pitt eclipsa por momentos a Leonardo DiCaprio, que está impecable pero tiene un personaje menos agradecido. DiCaprio es la estrella en declive, insegura y necesitada de aprobación, mientras que un carismático Pitt encarna a hombre seguro de si mismo y violento, demostrando de paso que todavía puede electrizar un cine entero con solo quitarse la camiseta. Ambos actores son el corazón de una película con ideas magistrales pero también algo dispersa y que en algunos tramos corre el riesgo de estancarse en su recorrido nostálgico.

No se puede descartar que, como ya ha pasado otras veces, el montaje proyectado en Cannes se reduzca unos minutos antes de llegar a los cines: Malditos bastardos, por ejemplo, perdió en el trayecto que va de la Croisette a los cines comerciales 20 minutos de metraje que no se han vuelto a ver nunca más. La película podría salir ganando con cierta edición, pero eso no significa que la versión proyectada ayer no constituya ya una obra importante, un festín cinéfilo inacabable y exuberante del que los fans de Tarantino disfrutarán especialmente.

Eso sí, la posibilidad de repetir la Palma de Oro que Tarantino ganó hace 25 años con Pulp fiction se presenta complicada. No es que al filme le falten méritos artísticos, pero cuesta imaginar a un jurado de Cannes —y aún más a uno presidido por Alejandro González Iñárritu— premiando una película que no dialoga con las preocupaciones sociales que abundan tanto en la programación y que, en el fondo, es una reivindicación del triunfo del cine sobre la realidad, una venganza contra el mal que no habita la pantalla grande, sino los rincones más oscuros de nuestro mundo. También es cierto que no es una obra con la contundencia de Pulp fiction y que comete un pecado inédito en la filmografía de Tarantino: la repetición de un truco de su repertorio. ¿Cuál? Eso no se puede explicar, Tarantino nos regañaría.

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