Pandèmia

Desmotivados y agotados por el coronavirus

Expertos retratan la fatiga por pandemia, el impacto mental y emocional que afecta al 60% de los europeos

Gemma Garrido Granger
5 min
Diverses persones amb mascareta passejant pel carrer a Barcelona.

Santa Coloma de GramenetEl 60% de los europeos se han sentido intranquilos, tristes, irritables, desmotivados, estresados o con dificultades para concentrarse los últimos meses, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Este cóctel de emociones recibe el nombre de agotamiento o fatiga por pandemia y está estrechamente relacionado con la crisis del coronavirus y con el mantenimiento en todo momento de la actitud de vigilancia que las autoridades sanitarias encomiendan a la población. "Todo el mundo ha hecho sacrificios enormes para contener el covid-19", afirma Hans Henri P. Kluge, director regional europeo de la OMS. "El precio está siendo extraordinariamente alto –continúa– y es fácil sentirse apático".

Según los expertos consultados por el ARA, la fatiga pandémica es la reacción natural ante el estrés provocado por el hecho de tener que hacer cosas insatisfactorias, a disgusto o forzosamente, como por ejemplo no poder salir del municipio los fines de semana, tener que limitar el contacto con amigos y familiares o ir por la calle siempre con la mascarilla puesta. También es el malestar de no poder hacer lo que se quiere cuando se quiere y de recibir continuamente información negativa. "No es solo una cuestión emocional, es que hay gente que no tiene ganas o energía para hacer las cosas, ni siquiera las que les gustan", explica el catedrático de psicología y coordinador del grupo de investigación en estrés y salud de la UAB Jordi Fernández-Castro.

La desmotivación la provoca la perspectiva subjetiva de que, después de hacer muchos sacrificios y esfuerzos, no se obtenga ninguna recompensa a cambio. Detrás hay una explicación sociológica: la mayoría de las personas son resistentes a la presión, se adaptan y renuncian a lo que haga falta. Eso sí, solo cuando son capaces de ver que hay un límite temporal a partir del cual podrán recuperar parte de su cotidianidad. Y ahora mismo la crisis del coronavirus se está alargando demasiado y modulando la respuesta mental y emocional de la población. "Parece la historia interminable porque no se cumplen nunca las expectativas y cada día es más incierto que el anterior", resume la psicóloga y profesora de los estudios de psicología y ciencias de la educación eb la UOC, Alba Pérez.

La psicóloga afirma que hay población que está pasando por un episodio de estrés agudo "por la enorme sensación de agotamiento" a la que les aboca el contexto pandémico. "Respondemos con ira, irritabilidad, miedo, tristeza, ansiedad y cambios de estado de ánimo, porque sentimos que nada funciona o que no avanzamos", explica. Ahora bien, Pérez insiste que no se trata de un estrés sostenido, que es el tipo de malestar que podría hacer peligrar la salud mental. "No hemos llegado a este nivel", añade.

Para la catedrática de enfermería psicosocial y salud mental de la Escuela de Enfermería de la UB Teresa Lluch, experimentar la fatiga pandémica y reaccionar con tristeza, irritación o desmotivación ante una vivencia no querida e inesperada que comporta unos cambios tan drásticos en la cotidianidad es humano y natural. "Vivir estas emociones no es necesariamente una mala experiencia. El problema sería vivir con total indiferencia una pandemia", defiende Lluch, que añade: "El descalabro emocional es mentalmente saludable". Y coincide Fernández-Castro: "Ante situaciones adversas, es natural sentirnos amenazados".

Ahora bien, los expertos aseguran que la intensidad de la fatiga por pandemia no tiene nada que ver con los devastadores efectos económicos que tiene. "Cuanto más te maltrata la pandemia, más vulnerable te sientes –admite Pérez–, pero esto va más allá de la fatiga". De hecho, la psicóloga circunscribe esta montaña rusa de emociones en los aspectos meramente sociales de la pandemia, es decir, la falta de interacción social, el teletrabajo o la imposibilidad de hacer planes a largo plazo. En cambio, los que pierden el trabajo, tienen que cerrar el negocio, no han podido hacer el luto por la pérdida de un ser querido o tienen secuelas por la enfermedad sufren las consecuencias directas de la emergencia. No se puede considerar, pues, que sufren meramente fatiga por pandemia.

Falta de objetivos realistas

Aunque defiende que vivir todo tipos de sensaciones es positivo para la mente, Lluch advierte que cuando se experimenta agotamiento mental y emocional hay que vigilar la intensidad y la duración, así como las reacciones que derivan de él. También hay que controlar si impactan en la relación con los demás. "Todos estamos en la cuerda floja y hay que hacer mucha promoción de la salud mental positiva. Estamos luchando contra un gigante invisible: los científicos luchan en los laboratorios, los sanitarios en las urgencias y la sociedad en casa o en la calle para aliviarnos. Tenemos que ayudarnos entre todos a ser fuertes", asegura Lluch.

La experta explica que en épocas de fatiga todo el mundo tiene que cuidar todavía más los aspectos básicos como la alimentación y el descanso reparador, y centrarse en aquellos elementos positivos al alcance que permiten crear un clima de seguridad, como por ejemplo elaborar estrategias de desconexión o crear entornos personales que permitan evadirse de la pandemia. "Decirnos que estamos frágiles no nos ayuda nada –insiste Lluch–. Aceptar la realidad no quiere decir resignarse sino poner en marcha estrategias para adaptarse y aliviarse".

Uno de los elementos que se usan más para dar optimismo a la población es la llegada de una vacuna, pero el momento ya se ha aplazado muchas veces y, si hace un tiempo había una brizna de esperanza para recuperar una cierta normalidad antes de acabar el año, cada vez es más evidente que esto no pasará de manera inmediata. El control de movimientos y la amenaza de los confinamientos puede alargarse unos meses más, y esto también es frustrante y desmotivador.

"Si los objetivos que nos marcamos y nos marcan [los políticos] no son realistas, el efecto de cada rebrote u oleada es peor que el anterior porque alimenta la desesperanza y la falta de control en las actividades en las que estamos implicados. Y con la pandemia estamos muy implicados y responsabilizados en todo momento", señala Pérez. La focalización en aquellos elementos que no podemos controlar, como por ejemplo si las autoridades sanitarias dan más o menos libertad de movimiento, puede causar indefensión e intensificar las sensaciones negativas.

El cumplimiento de las restricciones

¿La fatiga pandémica puede condicionar nuestra actitud ante las restricciones? ¿Se es menos cumplidor de normas como por ejemplo respetar los límites a las reuniones sociales o llevar mascarilla en público o fuera de la burbuja de convivencia, cuando se experimenta este agotamiento? Los expertos son tajantes: depende de la persona. Hay tres factores que influyen mucho en las acciones de responsabilidad colectiva: la personalidad, la creencia en la efectividad de las medidas y la norma social. "Cada persona reaccionará en función de su personalidad: algunos pueden ser menos cumplidores ante la demora de la crisis y otros se obsesionarán todavía más", señala Pérez.

Y a esta reacción intrínseca hay que añadir dos condicionantes más, según Jordi Fernández-Castro. "Para hacer el esfuerzo de cumplir la población tiene que creer que el sacrificio que hace es efectivo y que es conforme a la norma social", explica. En otras palabras, las personas cumplen las normas que creen que funcionan y que la mayoría de la población las aprueba y se adhiere a ellas. "El uso de la mascarilla es como conducir sin exceder la velocidad permitida. Ya no lo haces porque lo digan las autoridades sino porque la gente cree firmemente que es lo que hay que hacer. Por lo tanto, la sociedad en conjunto, aparte de unos cuántos, se compromete a hacerlo", relata Fernández-Castro.

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