MÚSICA

Metallica navega con viento a favor en un mar de cuernos

52.000 personas acompañaron el triunfo del grupo californiano en el Estadio Olímpico

Xavier Cervantes
4 min
Metallica naveguen amb vent  a favor en un mar de banyes

BarcelonaMetallica se ha convertido en una religión antigua y fiable gracias a una doctrina sólida y a una liturgia casi calvinista que no reclama más ornamento que la tipografía del nombre del grupo. Eso sí, el logo se extiende en todo tipo de merchandising, y en el concierto de este domingo en el Estadio Olímpico Lluís Companys incluso en los vasos de las bebidas: “ Metallica... and beer for all”, se leía (la realidad líquida disolviendo la rabia de aquel ...And justice for all con que titularon el cuarto disco). Sin embargo, a diferencia de otros tótems del mundo metálico, el grupo californiano no ha sido nunca esclavo de estéticas juveniles. Hace más de tres décadas que Metallica son básicamente cuatro hombres vestidos de negro, sin atrezzo erótico-satánico. Por esto pueden empezar los conciertos citando a Ennio Morricone de la banda sonora de El bueno, el feo y el malo (Sergio Leone, 1966), porque Metallica conecta con referentes estéticos y morales que desafían el paso del tiempo y la lumbalgia.

También son el grupo de metal más transversal, el que también gusta a los que no son fans del heavy. Un grupo, además, que a pesar de la austeridad conceptual destina muchos recursos a una gira europea que requiere tres escenarios simultáneos en marcha; si bien la banda tocaba el viernes en Madrid, ya hacía tres días que se trabajaba en el montaje del escenario de Montjuïc, con una estructura gigantesca que funciona como pantalla y cañones de fuego. A quien no ayuda la grandiosidad (y el horario) es a los teloneros. El stoner rock de los noruegos Bokassa todavía salió adelante ante la gente que iba accediendo al recinto, pero la luz diurna perjudicó a los suecos Ghost y su escenografía de catedral satánica, que lució más bien poco; aun así, el carisma de Tobias Forge, alias Cardinal Copia, consiguió retener la atención de gran parte del público.

El Antiguo Testamento metálico

Metallica tiene su propio Antiguo Testamento, escrito a golpe de thrash metal entre 1983 y 1991, entre el disco Kill ‘em all y el álbum negro. El resto, desde Load (1996) hasta el estimable Hardwired... to self-destruct (2016), son capítulos añadidos en los que se reconoce la caligrafía, aunque el conjunto no supera lo que el cuarteto ofreció en la primera década de vida. Pero en directo son fiables, por experiencia y por costumbre: James Hetfield, Lars Ulrich y Kirk Hammett tocan juntos desde 1983, y el bajista Robert Trujillo (ex Suicidal Tendencies) forma parte del grupo desde 2003. Y fiable es su público, que siempre responde a la llamada de los hombres de negro: el 7 de febrero de 2018 llenaron el Palau Sant Jordi, y ayer en el Estadio Olímpico, según Live Nation, reunieron a 52.000 personas que habían pagado entre 74 y 141,50 euros.

Los dos conciertos formaban parte del WorldWired Tour. En el primero todavía se sentían obligados a tocar media docena de temas del último disco, mientras que ayer redujeron la presencia de canciones de Hardwired... to self-destruct en un repertorio dedicado sobre todo al Antiguo Testamento de Metallica, y en el que volvieron a homenajear a Peret repitiendo la versión de hace un año de El muerto vivo.

El aire libre, aún fresco para ser mayo, reclamaba clásicos. Y llegaron pronto. Después de Hardwired y de una The memory remains que el público remató cantando el coro final y dando palmas, empezó el desfile de viejos conocidos como Ride the lightning, con el característico solo de guitarra de Hammett propulsado por el doble bombo de Ulrich, la oscura The thing that should not be con una obsesiva proyección de cruces macabras y The unforgiven, con las imágenes en blanco y negro para reforzar la intensidad de la guitarra acústica de Hetfield. Aunque el viento a veces dispersaba un poco el sonido, el concierto caminaba firme. Metallica no dejaba pasar mucho rato sin jugar ases y figuras, y cuando la carta no era lo bastante alta, como Here comes revenge y Moth into flame (efectivamente con un fuego que corría por el escenario y grandes llamaradas por arriba), al menos no arruinaba la mano.

Con el concierto a la temperatura emocional buscada, y Hetfield agradeciendo al público que formen parte de “la familia Metallica”, la segunda parte del show sÓlo podía tener un desenlace: el triunfo por acumulación de grandes éxitos ejecutados con solidez y precisión por el grupo y vividos con intensidad por el público. No hay en directo ninguna señal de decadencia. El cuarteto respeta la memoria de piezas como Sad but true, redignifica Frantic, gestiona con inteligencia la tensión interna de One (con fuego y fuegos artificiales para dar el contexto antibelicista), tiene suficiente energía para hacer correr Master of puppets con el público convertido en un mar de cuernos...

La bandera de Barcelona amb el nom de Metallica a l'Estadi Olímpic

Y cuando lleva al presente For whom the bell tolls (con pertinentes animaciones alegóricas de la Guerra Civil Española), Creeping death y Seek & destroy, la familia está más unida que nunca y lo confirma moviendo la cabeza con el gesto de la aprobación metálica y esperando la recompensa final de la liturgia, la consagración en forma de bis. Primero con Lords of summer, momento en que hicieron aparecer una inmensa proyección de una bandera... de Barcelona (en Madrid fue una española). Y después con las irrefutables Nothing else matters y Enter sandman, un cierre a la altura de un muy buen concierto de una banda que vive una segunda juventud.

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