Colas más largas en los comedores sociales: “Antes salíamos con la bolsa más llena”

Muchos aguantaron la crisis anterior pero ahora recurren por primera vez a la ayuda para comer

Gerard Fageda Soler
4 min
Tres usuaris d'El Caliu fa cua per recollir la bossa de menjar

BarcelonaCuando el covid llegó a Catalunya y lo paró todo, Manuel, electricista de profesión, se quedó sin trabajo. Tiene dos hijos a cargo y tiene que cuidar de su madre, que es muy mayor y cobra una pensión no contributiva de invalidez de poco más de 400 euros. Es el único ingreso que entra en casa: hace meses que Manuel intenta contactar con el SEPE para cobrar la ayuda familiar, pero no lo consigue. "Está colapsado", se queja. Desde hace siete meses no tiene más remedio que recurrir al comedor social El Caliu, gestionado por la parroquia de la iglesia Sant Joan d'Horta.

Allá coincide con compañeros y amigos que están en una situación similar. Muchos, al igual que él, no habían necesitado nunca ayuda para pagarse la comida hasta que llegó la crisis del covid. De hecho, Cáritas Barcelona casi duplicó el número de picnics que repartió entre abril y diciembre del 2020 respecto al mismo periodo del año el anterior. En El Caliu la cifra de asiduos también ha aumentado durante la pandemia: llegaron a atender a 200 personas por día, pero se abrieron más centros de distribución de alimentos y ahora atienen un máximo de 150. Antes de la crisis del covid, sin embargo, no llegaban a 90. En la misma línea, la comunidad de San Egidio de Barcelona ha triplicado el número de comidas que ha repartido durante la pandemia: ayudan a 700 familias, un total de 3.000 personas. "Antes de esta crisis nos llegaban los últimos, ahora se suman los penúltimos", dice el responsable de la comunidad de San Egidio de Barcelona, Jaume Castro, para mostrar como se ha agravado la situación de necesidad.

El Jorge es pren el cafè amb llet calenta mentre la fa petar amb el José i el Manuel

Peor que la crisis del 2008

El hospital de campaña de la iglesia Santa Anna de Barcelona se ve más sobrepasado. "Tenemos una comunidad estable de 120 sinhogar. Les ofrecemos comida caliente y otros servicios, pero las restricciones sanitarias no nos permiten atender a más gente. Ya nos gustaría", dice Adrià Padrosa, coordinador social del hospital de campaña de Santa Anna. Durante estos últimos días de frío, además, 10 sinhogar duermen en el recinto. "La crisis sanitaria no es nada en comparación con la crisis social", apunta Padrosa.

Dos voluntaris d'El Caliu passen llista

Manuel, José y Jorge, que toman juntos el café con leche caliente a la entrada de la iglesia y charlan, aseguran que ahora hay mucha más gente que acude a El Caliu que al inicio de la pandemia, cuando ellos empezaron a ir. "La cola no era tan larga, dónde vas a parar", dice José. Los hay que llevan las mascarillas estrujadas y deshechas, pero todos respetan escrupulosamente la distancia física y se ponen gel hidroalcohólico antes de recoger la bolsa de comida. Más o menos todo el mundo se lleva lo mismo: un bocadillo, un poco de pollo, una pieza de fruta, pastas dulces y saladas y un par de platos precocinados. "Antes salíamos con la bolsa más llena", dice Manuel. La coordinadora de El Caliu, Núria Font, corrobora que les podían dar más carne y comidas preparadas, pero ahora se ven obligados a dosificar las cantidades. Además, antes del covid los usuarios almorzaban dentro del comedor y podían repetir de lo que quisieran y algunos, después de noches frías al raso, se tomaban dos o tres vasos de caldo caliente para entrar en calor.

La bossa de menjar que s'emporta en Manuel

Tanto Manuel como José, que era peón, y Jorge, que trabajaba en una empresa de montaje de andamios, coinciden en que esta crisis les ha afectado más que la del 2008. "Iba tirando, al menos tenía trabajillos, pero es que ahora no hay nada, todo está parado. Y lo que nos queda...", dice Manuel. De hecho, El Caliu se puso en marcha en 2010 a raíz de la anterior crisis económica. "El padre daba de comer a quien se lo pedía, pero cada vez eran más y más. Y nos organizamos y pusimos en marcha El Caliu", recuerda Font.

Ahora dan almuerzos y picnics a todo el mundo que se acerca al local, pero también reparten lotes con toda clase de comida a unas treinta familias que Càritas Barcelona les envía después de analizar sus necesidades. En cuanto a la financiación, El Caliu recibe dinero y comida de los vecinos y tenderos del barrio, Cáritas, empresas privadas y administraciones públicas. "Durante los últimos cuatro años el Ayuntamiento ha ido recortando las ayudas, pero ahora no, más bien parece que al contrario", matiza Font.

El Robert Mariner es pren el cafè amb llet al costat de la cua

Además de los que se acercan hasta El Caliu a raíz del covid, hay muchos que hace años que forman parte de la comunidad, como Robert, que era cristalero. "Yo soy del barrio de Horta de toda la vida. A mí me bautizaron aquí", dice señalando la iglesia. Una vecina le cuece la carne y le calienta los platos cocinados, y duerme con una pandilla en una sucursal de La Caixa. "No, no estoy solo", responde. Y se va saludando con el codo a conocidos y amigos. O también hay casos como el de Martí, que sufre esquizofrenia, vive en un piso de protección oficial y recibe una prestación por invalidez, pero no le llega para pagar la comida. Hay, asegura Font, que a menudo tienen pensamientos suicidas.

Hay usuarios, sin embargo, que salen adelante y ya no tienen que hacer la cola diaria. "Es lo que más nos llena de orgullo", sonríe Font, que explica que algunos de ellos después se convierten en benefactores de El Caliu y ayudan de una manera u otra: "Nos dan dinero o comida o se suman a nuestro equipo de voluntarios".

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