CRÒNICA

Los sintecho hacen el toque de queda en la calle: "Es mi casa"

Las restricciones nocturnas no han impactado en la gente que duerme en la calle en Barcelona

Mònica Bernabé
3 min
El Fabrizio i l'Alexandro dormen al carrer, a la Rambla de Catalunya de Barcelona, malgrat el toc de queda

BarcelonaFabrizio asegura que él no se está saltando el toque de queda. "Yo estoy en mi casa", afirma encogiéndose de hombros y dirigiendo la mirada hacia el cartón sobre el cual está sentado en el suelo en un portal de la rambla de Catalunya de Barcelona. Son las once de la noche y la calle está completamente desierta. Solo de vez en cuando pasa un camión de la basura o una patrulla de la Guardia Urbana, y durante unos minutos dos vigilantes de seguridad de un parking próximo también se dejan ver. Salen a la calle a fumar. No hay nadie más.

Fabrizio parece un hombre corriente de mediana edad: va bastante limpio, viste cazadora y vaqueros, habla con educación y un claro acento latinoamericano –dice que es de Ecuador– e incluso se pone mascarilla cuando se dirige a esta periodista. Pero duerme en la calle, encima de un cartón. A pesar de esto asegura que está completamente informado y que sabe que hay toque de queda. Lo leyó en el diario, argumenta: "A las cinco de la madrugada pasa el hombre que reparte La Vanguardia y cada día me regala una".

De momento ni la policía ni nadie le ha dicho que no pueda estar en la calle después de las diez de la noche. "Siempre nos ponemos en el mismo lugar. La policía ya nos conoce y sabe que no generamos problemas", afirma. Habla en plural porque, justo a su lado, un joven italiano, Alexandro, también duerme en la rambla de Catalunya cada noche. "Mira, por ahí viene", dice Fabrizio señalando al otro lado de la calle.

En la otra acera Alexandro busca entre la basura cartones para protegerse del frío. "Vengo andando desde la catedral y he visto como mínimo cinco patrullas de la policía pero ninguno me ha parado", asegura mientras se acerca. "También es cierto que es evidente que vivo en la calle", añade. Empuja un carro de supermercado lleno hasta arriba con sus pertenencias y desprende un fuerte olor. Un perro lo acompaña. Oto, se llama.

Un home dorm al vestíbul de l'estació de Renfe a la plaça de Catalunya de Barcelona

En el vestíbulo de la estación de Renfe de Plaça Cataluña tres sintecho más duermen en el suelo, uno de ellos sin cartones y sin nada, directamente en el pavimento. Parece un cuerpo muerto, impresiona verlo. Y en el Zara que hay en la misma plaza con esquina calle de Bergara, se concentran cuatro más, un estirado junto al otro, como si estuvieran aparcados en batería. Entre las mantas se oyen algunos roncos. "Me llamo Àngel", cuchichea uno de ellos, que se desvela al sentirse observado. Es un hombre mayor, medio calvo y barba blanca. "Sí, sí, sé que hay toque de queda de las diez a las seis –contesta–. Lo he oído en la radio. Tengo un transistor".

En el Passeig de Gràcia tampoco se ve ni un alma. Se puede atravesar la calle tranquilamente con el semáforo en rojo porque no pasa ningún coche. Con todo, las tiendas siguen con las luces de los escaparates encendidas para que se vean bien sus selectos artículos a pesar de que no hay nadie para mirarlos. En la entrada de la Bolsa de Barcelona, un joven está atareado haciéndose un colchón de cartones en el suelo. Se llama Raimon, afirma. Lleva unas bolsas de plástico en los pies como calcetines, una mascarilla en la cabeza de sombrero y anda tambaleándose. "¿Por qué tengo que irme de aquí si no molesto a nadie?", responde cuando se le pregunta sobre la imposibilidad de salir a la calle. No sabe nada del toque de queda.

Un anciano es la única persona que deambula por las calles a esas horas. Busca comida en las papeleras de la ronda de la Universitat y asegura que él sí está muy informado: "El toque de queda es de las nueve de la noche a las diez de la mañana", dice con convencimiento antes de morder un trozo de bocadillo que ha encontrado. Y añade con la boca llena: "¿Le ha quedado claro?"

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