"La Mina ha retrocedido 30 años"

Los Mossos y el consistorio de Sant Adrià activan un plan antidrogas para frenar la delincuencia

Albert Llimós / Laia Seró
4 min
Dos usuaris sortint ahir de la sala de venopunció de la Mina.

Sant Adrià del Besòs / Barcelona17:38h de la tarde. Un chico de poco más de 30 años, sentado en un banco frente a un colegio, a apenas 30 metros de un parque infantil, hace la primera esnifada. Con un billete de 10 euros. Lo hace en plena calle del Mar de Sant Adrià de Besòs, en el centro de la Mina. Antes de la segunda raya, pasan por delante Desiré y Ainoa con dos cochecitos de niños y una niña pequeña caminando. La primera vuelve la cabeza. Lo ha visto. La segunda, que está hablando por teléfono, no se da cuenta. Cuando las chicas pasan de largo, el chico vuelve a bajar la cabeza. Todo hacia dentro.

Durante la primera mitad del 2019, los delitos en el barrio de la Mina se han disparado un 12% respecto al año anterior, sobre todo por el aumento de la venta de heroína, que ha provocado el crecimiento de la actividad delictiva. Por ello los Mossos d'Esquadra y el gobierno de Sant Adrià de Besòs se reunieron ayer, para abordar la situación que viven los vecinos e impulsar un plan de choque que se empezará a aplicar de inmediato para incrementar la presión policial.

El plan contará con dos furgonetas permanentes de los antidisturbios (de la Brigada Móvil) y más efectivos, que recorrerán el barrio por las tardes y las noches. También se harán más controles en los accesos de la Mina para dificultar la entrada de los compradores. "La presencia sobre todo de venta de heroína está transformando la actividad delictiva en el barrio: ha hecho que comportamientos criminológicos que hacía tiempo que no veíamos hayan vuelto", explicó el comisario jefe de los Mossos, Eduard Sallent, que enumeró el aumento tanto de hurtos como de robos con violencia, ataques a establecimientos comerciales para conseguir dinero y prostitución de toxicómanas.

Del Raval a Sant Adrià

José es uno de los muchos comerciantes que lo han sufrido últimamente. Hace quince días entraron a robarle en el bar. Al día siguiente hicieron lo mismo en una panadería cercana, a menos de cien metros. De los dos comercios se llevaron solo la caja registradora tras reventar la puerta con el mismo sistema. "En la Mina hemos ido 30 años hacia atrás", sentencia José. Lo dice con conocimiento de causa: lleva toda la vida en el barrio, desde que a principios de los años 70 se empezaron a levantar los primeros edificios para acabar con el chabolismo que había tanto en Barcelona como en su periferia.

Al otro lado de la calle, mientras José sirve un café con leche, unas veinte personas esperan para entrar en la sala de venopunción, que está rodeada de una escuela, un instituto y una guardería. "Cada día pasan al menos 300", dice José. Lamenta que todo el entorno de la narcosala esté lleno de jeringas. En el descampado de al lado hay decenas de plásticos que los toxicómanos se llevaron del centro para pincharse fuera.

En una plaza cercana, dos técnicas recogen las jeringas del interior de un parque infantil. El trabajo no se les acaba: el de la Mina es el centro de venopunción que atiende a más gente de toda Cataluña, y ahora, además, está asumiendo muchos usuarios provenientes del Raval. Uno de los técnicos lo confirma: mucha gente proviene de la sala Baluard de Ciutat Vella. Tras la macrooperación policial contra los narcopisos de octubre pasado en el centro de Barcelona, muchos consumidores se vieron obligados a desplazarse a otros lugares para obtener la droga. En la Mina obtienen la heroína con más facilidad, y eso implica más usuarios en el centro de venopunción: los toxicómanos acuden a las narcosalas más cercanas del lugar donde obtienen la droga.

El alcalde de Sant Adrià, Joan Callau, advertía de este fenómeno desde hacía tiempo: las operaciones antidroga no hacen desaparecer a los adictos, solo los desplazan, y esto es lo que ha pasado con las redadas que se hicieron en Barcelona el pasado otoño: han empujado a los consumidores a otros barrios, especialmente a la Mina. "Es básico recuperar el espacio público", sentenciaba Callau, consciente de la degradación que ha sufrido el barrio durante los últimos meses. Los datos del Ayuntamiento lo confirman. El 67,2% de los usuarios atendidos en la sala son barceloneses y sólo el 2,5% son de Sant Adrià, mientras que el resto provienen de otros municipios.

Tras la macrooperación policial contra los narcopisos de octubre pasado en el centro de Barcelona, muchos consumidores se vieron obligados a desplazarse a otros lugares para obtener la droga

Miedo a salir a la calle

José lo confirma: la mayoría de los toxicómanos que acuden a la narcosala son de fuera. "Del barrio son cuatro, que se toman la metadona aquí detrás. El resto son todos de fuera", explica. Puntualiza que muchos de ellos son de la "Europa del Este". Lo corrobora José Antonio, que lamenta que la poca iluminación que hay en la zona, llena de descampados, favorece tanto el consumo de drogas como la delincuencia.

"No me dejan salir sola por la noche, al parque del Besòs ya no podemos ni ir, está lleno de agujas", dice Magdalena. Sale del CAP del barrio junto a Damiana y María. Las tres, acompañadas de sus criaturas, han visto como la inseguridad crecía en los últimos meses, pero sobre todo la presencia de consumidores, que algunas veces se vuelven violentos para obtener dinero para comprar la droga. Ellas se sienten menos amenazadas, porque a los gitanos los "respetan más", pero, aún así, ya han tenido algún episodio peligroso con algún delincuente que les ha intentado robar. "Antes en el barrio lo teníamos todo. Ahora todo y más", ironiza María sobre la situación que arrastra el barrio desde prácticamente su creación:"es el peor verano en muchos años".

Hasta el punto de que Desiré no deja que su hija vaya "a ningún parque infantil" del barrio por temor a que se pinche con alguna de las jeringas que los toxicómanos tiran al suelo. "Es una vergüenza. Siempre ha habido droga, pero que un chico esté drogándose en pleno día en un banco... Al menos antes se escondían", lamenta Desiré, refiriéndose al chico que esnifaba ante la escuela. Ainoa es poco optimista: "No cambiará nada. En los 25 años que tengo siempre ha sido así. Toda la vida".

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