Albert Mallofré (1983)
28/09/2020

Juliette Gréco, magistral en el Palau (1983)

2 min
Juliette Greco en una imatge de 1968.

LA TRIA J. M. CASASÚSJuliette Gréco ofreció en el Palau un recital inolvidable. La gran estrella de la canción no logró la salle comble que su categoría merecía, pero ello no redundó en su menoscabo sino que recayó como bochornoso baldón sobre la supuesta sensibilidad del público de Barcelona. Del público y muy especialmente de los ámbitos relacionados profesionalmente con la música, la canción y el arte dramático que, salvo excepciones notorias, no sólo dejaron de dar respaldo con su presencia a esa gran institución universal que es Juliette Gréco sino que, de paso, se perdieron una insólita oportunidad de aprenderse una auténtica lección magistral de arte escénico. Juliette Gréco sufría una afección de faringitis, adquirida en Madrid el día anterior, y ello handicapó considerablemente sus posibilidades. Sin embargo, en un derroche de profesionalidad y de nervio temperamental, estructuró un concierto de inaudita grandeza, en el que se acentuó más el dramatismo de los textos que la vertiente lírica de las canciones para la cual gravitaba negativamente el aludido problema fisiológico. Enmarcada en un excelente septeto instrumental que dirige el célebre compositor y pianista Gerard Jouannest, realzado el vuelo mágico de sus manos y la inquietante profundidad de su mirada por una luminotecnia sabiamente administrada, Juliette Gréco representó a lo largo del recital como una veintena de papeles distintos. Del humor picante de Déshabillez-moi a la lejanía dorada de Les feuilles mortes, de la caricatura de Y a que les hommes pour s’épouser a la evocación poética de Les années d’autrefois, de la desenvoltura de Lola, la rengaine al hondo patetismo de J’arrive, la Gréco encarnó de manera literalmente fascinante una vein tena larga de personajes, de historias, de situaciones contrastadas, haciendo así proyectar ante el público como una veintena larga de películas diferentes, de humor, de pasión, de guerra, de tragedia, de ironía, de denuncia y de amor en definitiva; de amor fraternal estremecido por la apasionante aventura de poder ser constantemente renovado entre los quiebros de la tribulación cotidiana. Ya del mismo instante en que demarró con el Non, monsieur, je n’ai pas vingt ans, Juliette Gréco subyugó al público con la magia de su personalísima expresividad y con los pies clavados en la madera, ondulando su clásica túnica negra, dejó mecerse cada palabra, cada susurro, cada velada intención, en el aleteo fascinante de aquellas blancas manos que como palomas difunden el mensaje de una sensibilidad perennemente emocionada. Muy de tarde en tarde se puede presenciar un espectáculo como aquél. Los afortunados espectadores del Palau no lo olvidarán fácilmente.

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