Peces Històriques Triades Per Josep Maria Casasús
15/09/2012

El juego

2 min

Es muy sabido que el vicio de más funestas consecuencias así para el individuo que por él se halla dominado, como para la sociedad que por él ha sido invadida, es sin duda el vicio del juego. No nos detendremos, por consiguiente, en hacer consideraciones generales sobre este vicio que casi siempre para en pasión y que no lleva en sí el correctivo que llevan los demás vicios, que agotan luego las fuerzas físicas de los que a ellos se entregan. Pretendemos únicamente buscar el remedio o el lenitivo que ha de corregir o disminuir por lo menos la plaga del juego que por desgracia nos ha invadido.

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No es un misterio para nadie que en Barcelona se juega escandalosamente. Casinos, cafés, casas particulares, hasta sitios públicos se hallan convertidos en bancas, adonde concurre el que le da la gana, donde la juventud se enerva y se corrompe y se pierde entregándose prematuramente al vicio, donde el que era honrado padre de familia, en la tentación que perennemente se le ofrece, se pervierte, se degrada y pierde no sólo su reposo sino también el bienestar de su familia. El mal es de trascendencia suma y es por consiguiente necesario que todos nos ocupemos en buscarle remedio.

En la actualidad el juego de suerte, envite o azar constituye un delito previsto y penado rigurosamente en el Código Penal vigente. [...]. [El delito] no ha sido derogado ni por la revolución de septiembre ni por ninguno de los artículos de la Constitución vigente. […]

Si el juego existe en grande escala, gracias sean dadas a que las autoridades judiciales duermen; a que sus auxiliares, los alcaldes populares, no se proponen extirparlo. Hagan de manera que con unas pocas causas aparezcan reos los principales banqueros y dueños de garitos que el público señala con el dedo; aplíquenles los tribunales las penas marcadas en el Código Penal, y de seguro que el castigo será ejemplar y saludable. Acudan sobre todo a poner remedio arriba, entérense de lo que pasa en ciertos casinos, por más que aparezcan como reuniones aristocráticas, y estén seguros de que prestarán un buen servicio a la sociedad. [...]

Valentí Almirall 1869

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