No nos echaréis

No pretendemos linchar a nuestros compañeros sino disponer de protocolos fiables para prevenir agresiones

48 mujeres del espacio político de la CUP
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Es preveu que l’afluència a l’assemblea de la CUP sigui de gairebé quatre vegades més que a Manresa el passat mes de novembre.

Estamos rodeadas de violencias machistas. De agresores y de agredidas. Más de la mitad de las mujeres hemos sufrido varias formas de violencia machista. Esto significa, inevitablemente, que en nuestro entorno hay muchas víctimas y muchos agresores. En la familia, en el grupo de amigos y conocidos, en el trabajo, en la calle, en el vecindario. Y también en los espacios políticos.

Hay un sesgo de género evidente en la percepción de las violencias machistas. Las mujeres, que somos quienes las sufrimos en gran parte, somos conscientes de la magnitud del problema. Sabemos que estamos expuestas a las violencias machistas y que no hay un perfil de agresor identificable. En un ochenta y cinco por ciento de las agresiones sexuales, la víctima conoce al agresor: es un familiar, un amigo, un profesor, un compañero de trabajo o su pareja o ex pareja.

Un hombre puede cometer una o más agresiones machistas a lo largo de su vida sin ser consciente de ello, dado que todavía hay muchas violencias machistas que no se reconocen como tales. Las violaciones estereotipadas que vemos en las películas son las menos frecuentes; las más habituales son agresiones sufridas en un entorno conocido. En nuestra cama, en nuestro trabajo, en nuestro local social, en nuestro barrio.

La violencia machista toma muchas formas diferentes y el impacto de cada una de ellas en nuestra vida puede perdurar en el tiempo. ¿Cómo? En forma de daños psicológicos, físicos y emocionales, y en forma de renuncia a los espacios públicos y de militancia.

Pero a estas alturas todavía hay una gran parte de nuestro entorno que no lo ve o no lo quiere ver así. Muchos amigos, familiares, compañeros de trabajo o de militancia lo primero que hacen ante un caso de agresión machista es cuestionar el testimonio de la víctima y buscar excusas para no asumir que ellos mismos o sus compañeros pueden haber sido protagonistas.

A nosotras no nos hace falta una sentencia judicial para creer a nuestra amiga, vecina o compañera de trabajo. No nos hace falta una peritación para creer el testimonio de una mujer que ha sufrido una agresión.

No nos malinterpretéis: no pretendemos mandar a nadie a la cárcel sin un proceso judicial ni linchar a nuestros compañeros. No se trata de esto, sino de disponer y de aplicar protocolos efectivos y fiables, que en lugar de invisibilizar los casos sirvan para reparar a la víctima y prevenir agresiones futuras.

Somos conscientes de que mujeres y hombres estamos en una situación de partida muy diferente a la hora de participar en un proyecto político.

Las mujeres no solo estamos expuestas a las violencias machistas, sino que cuando denunciamos una agresión, por el canal que sea, se nos juzga sistemáticamente a nosotras. Se nos cuestiona, se nos pregunta por qué lo hemos permitido, por qué no hemos hecho esto o aquello, por qué no hemos denunciado por la vía judicial, por qué no hemos denunciado antes. Mientras que a nuestros agresores se les presupone un testimonio veraz y se los protege.

Queremos que se nos escuche sin cuestionarnos sistemáticamente, sentirnos acompañadas y reparadas después de haber sufrido una agresión. Queremos sentirnos seguras en unos espacios que también son nuestros, no queremos renunciar a ellos. Queremos aportar todo lo que tenemos por aportar. Y queremos también un sistema judicial preparado, sensibilizado y con recursos para hacer efectivas las leyes contra las violencias machistas.

Desde nuestra perspectiva feminista, es evidente que si las mujeres no denunciamos más la violencia que sufrimos es porque sabemos que todo este proceso nos expondrá y nos causará un gran dolor.

La reacción a la información publicada en el diari ARA el día 4 de octubre sobre los casos que apuntaban al exdiputado Quim Arrufat ejemplifica muy bien esto que exponemos. A través de las noticias y reacciones posteriores en las redes constatamos que, una vez más, se ha cuestionado el testimonio de dos mujeres y que se las ha victimizado de nuevo. El debate público alrededor de esta noticia se ha centrado, de nuevo, en la actuación de las víctimas y de la organización dentro de la cual se han dado los casos, y no en la problemática existente y preocupante de la violencia machista.

En este proceso hemos visto, con impotencia, frustración y rabia, cómo el presunto agresor ha utilizado su visibilidad y poder mediático para publicar un relato que revictimiza a las mujeres agredidas, sin ningún tipo de posibilidad de contrastar su versión. Hemos visto cómo él ha cuestionado a estas mujeres, ha minimizado las agresiones, las ha acusado de utilizar la denuncia por un objetivo personal o político y ha amenazado con hacer públicos sus nombres. Hemos visto cómo ha empleado su altavoz para alimentar los mitos sobre las denuncias falsas y las violencias machistas para su propio beneficio. Ante esta actitud, mantenerse en silencio no nos parece éticamente aceptable.

Las mujeres que participamos en este proyecto político y en otros proyectos afines hemos sido interpeladas por el solo hecho de haber compartido espacio con un presunto agresor, y nuestro entorno nos ha juzgado también a nosotras.

Todo esto nos afecta y nos indigna: constatamos que todavía no se reconocen socialmente las agresiones machistas cuando ocurren, y que en nuestros espacios de militancia todavía hay reticencias a abordarlas con la contundencia debida y que queda recogida en los protocolos de los cuales disponemos. Y sin esto, no hay avance posible en la solución del problema y en la prevención de futuras agresiones.

Todo ello nos golpea y nos echa muy para atrás a la hora de militar en un espacio político. Pero somos tercas: no dejaremos de hacer política, de implicarnos socialmente, de reclamar el poder que se nos ha negado durante tanto tiempo para poder transformar la sociedad.

Tenemos derecho a convivir sin miedo en todos los espacios que compartimos con los otros. No habrá violencias que nos hagan renunciar a esto.

Estamos aquí y continuaremos estando aquí.

Cristina Agustí Benito, Badalona

Núria Alcaraz, Matadepera

Oceania Algora Micó, el Masnou

Mercè Amich, Celrà

Maria Ballester, Arenys de Munt

Juliana Bacardit, Mataró

Mireia Boya Busquet, Aran

Júlia Carbonell, Cervera

Pilar Castillejo Medina, Ripollet

Elisenda Castillón Soria, Vilanova i la Geltrú

Elena Crespi Asensio, Torelló

Ona Curto, Arenys de Mar

Aina Delgado Morell, Barcelona

Sonia Fabra Fargas, Barcelona

Almudena Godoy Castro, Vilanova i la Geltrú

Mar Grifol Isern, Badalona

Marta Guinda Camps, Vilanova i la Geltrú

Eva Herbera, Vilanova i la Geltrú

Marta Jofra Sora, Vilanova i la Geltrú

Katia Juncks, Vic

Fabiola Llanos Bustos, Vilanova i la Geltrú

Isabel Llari Joya, Sant Pol

Anna Losantos Sistach, Sant Pol

Sílvia Mancha Pallerola, Vilanova i la Geltrú

Joana Maestre Campamà, Vilanova i la Geltrú

Tamia Maestre Gutiérrez, Manlleu

Laura Martínez Villanueva, Sitges

Sandra Moncusí Veciana, Sant Pol

Mireia Noy Oliveres, el Masnou

Nuria Núñez Fusaro, Vilanova i la Geltrú

Marta Pagès Romero, Vilanova i la Geltrú

Anna Pagés Pardo, Sant Pol

Mar Parés Ojeda, el Masnou

Carme Polvillo Alomar, Mataró

Roser Ramos, Arenys de Munt

Núria Riera Sant, el Masnou

Mireia Riera Sant, Cardedeu

Roser Rifà Jané, Berga

Maria Ruiz, Ripollet

Nora San Sebastián Martínez, Badalona

Ana Belén Salvadó de la Rubia, Sitges

Mima Sant Granados, Teià

Rosa Soler Vendrell, Vilanova i la Geltrú

Alicia Tarodo Casado, el Masnou

Laura Texidó Solsona, Sant Pol

Sara Tuñí Jaulent, Sant Pol

Roser Valverde Lojo, Berga

Júlia Vigó Pascual, Sitges

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