Joan Maragall 1906
19/02/2019

El ideal ibérico (I)

Peces Històriques Triades Per Josep Maria CasasúsDesde el momento en que el catalanismo, siguiendo la evolución natural de todo sentimiento colectivo, llegó a considerarse, como una nube, en la atmósfera política española, hasta que recientes acontecimientos le han dado un nuevo aspecto, fue considerado generalmente un error. Así, los que lo miraban con antipatía irreflexiva, como los mejor intencionados en hacerse cargo de él y darle solución, partieron del error fundamental de considerarlo como una enfermedad del patriotismo que había que curar, como un vicio a corregir, como un mal, en una palabra. Y los catalanes, por nuestra parte, no obstante conscientes tal vez de la entraña y de la misión del catalanismo en España, o demasiado influidos todavía por una antigua levadura de rencor, contribuimos también a sostener y a menudo a robustecer aquel equívoco maléfico. Establecido así el falso diagnóstico, sucedió lo que sucede con todo enfermo crónico de un mal grave en una familia descuidada: que se pasa de la ilusión al pánico y del pánico a la ilusión sin atender nunca serenamente a la realidad. Mientras en Cataluña no se produjeran desórdenes materiales; mientras el sentimiento trabajaba en los espíritus sin ruido, sin movimiento exterior que llamara la atención, se decía que el catalanismo era cosa acabada o inofensiva, prurito romántico de poetas, ensueño medieval de regresivos, visiones, nada. Pero sonaba un día el grito subversivo de un chiquillo, alzábase una banderita en la fiesta mayor de un pueblo, aparecía una insolencia en una gacetilla, y esto bastaba para que se tocara a rebato en la Prensa, en el Parlamento, en toda España; era el terrible peligro separatista, la guerra civil en puerta; los ministros fruncían siniestramente el entrecejo; los favoritos del Parlamento, olvidados de sus chistes de ayer, pedían el hierro y el fuego; los más pacíficos senadores catalanes eran increpados con epítetos tremendos, y el problema catalán -problema sólo desde el grito, la banderita o la gacetilla del día antes- era planteado, estudiado y resuelto en dos días, entre el encono de las encontradas pasiones, el fuego graneado de los insultos y la exasperación del país en masa. Consecuencia: suspensión de garantías, estado de sitio, gente inofensiva a la cárcel… el terror, en fin. En seguida quedaba todo como una balsa de aceite, claro está, como que se habían cazado perdices a cañonazos; y a los quince días, aquella misma Prensa que había declarado la guerra civil, declaraba que no había catalanismo ni para una rata; los parlamentarios volvían a sus chistes; los ministros, a su serenidad olímpica, y nadie se cuidaba más del catalanismo, hasta el día en que un orfeón cantara dos veces los Segadors en vez de una, con lo cual el terror era otra vez desencadenado. […].