ABANS D’ARA

El peligro real

De Gaziel (St. Feliu de Guíxols, 1887 - Barcelona, 1964) a La Vanguardia (19-II-1932). Anys després, a la Catalunya revolucionària, certa burgesia anhelava l’ordre comunista com a mal menor.

Agustí Calvet, ‘gaziel’ 1932
30/10/2015

Peces Històriques Triades Per Josep Maria CasasúsYo creo que nunca el comunismo podrá arraigar sólidamente en Cataluña. Tal vez sea viable en otras partes de España, en el campo castellano y en el andaluz. Aunque he recorrido varias veces esas tierras, no es bastante para conocerlas a fondo. Pero en el campo catalán, no entiendo cómo podría aclimatarse en firme una planta tan exótica. Y en nuestras ciudades, entre nuestras masas obreras, el comunismo, al estilo ruso, ya me parece tan difícil como criar palmeras y naranjos en las calles y plazas de Moscú. El individualismo de los catalanes es algo sencillamente feroz. Cada uno de nosotros, por republicano que sea, lleva un rey en el cuerpo. Un catalán va a todas partes y se abre paso. Dos catalanes, ya es difícil ponerlos de acuerdo. Tres, se hacen un lío. Y a partir de tres, cuantos más hay, menos valen. […] El peligro real, en Cataluña, no es el comunismo. Es el anarquismo, que significa todo lo contrario, aunque mucha gente atolondrada los confunde uno con otro, y toma a uno por otro. El comunismo, tal como funciona en Rusia, no es un desorden. Es un orden fenomenal, que está impuesto y se mantiene de manera implacable. Es, sin exageración alguna, uno de los órdenes más terribles, más absolutos, más perfectos que ha conocido la Historia. Aquí, en esta Jauja meridional, no lo soportaría nadie, ¡ni los comunistas! Y nuestro evidente peligro no es el de caer en un orden tan desusado en estas latitudes, que nos venga de fuera y nos lo manden de Rusia. ¡Qué más quisiéramos, sino verlo venir! El verdadero peligro nuestro lo llevamos dentro. Y consiste en la permanencia y agravación del desorden crónico, de la anarquía práctica que nos caracteriza desde hace tantos años, invariable e incurable, siempre una y la misma, aunque vayamos cambiando los rótulos de la fachada -monarquía, dictadura, república, centralismo o autonomía-, según el capricho de los tiempos y el soplo del viento.