Sebastià Gasch 1962

Amaestradores de pulgas

Peces històriques triades per Josep Maria Casasús[...]

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Hoy día el amaestramiento de las bestias se ha convertido en una profesión más o menos remuneradora y la competencia ha llevado la habilidad de los amaestradores a sus últimos y más peligrosos extremos. Toda el arca de Noé ha sido avivada y castigada con el látigo, desde los insectos al cachazudo elefante. Han amaestrado a serpientes, pájaros, gatos, perros, cabras, monos, focas, cerdos. Con el vehemente deseo de vencer dificultades cada día más temibles, los amaestradores han acabado por espulgar a las bestias que instruyen. Han ceñido y rodeado el pecho de las pulgas con un petral y las han obligado a tirar de un carro. […] ¡Sí, señores, sí! El más humilde, el más pequeño, el más oscuro animal de la fauna de las “varietés” es objeto también de un paciente amaestramiento. Y descubrámonos ante esas pulgas sabias, ante esas pulgas que tiran de carrozas, de coches mortuorios y de minúsculos furgones de artillería. ¿Cómo se logran tales prodigios? Todo amaestrador de animales que se estime conseguirá el fin perseguido si se vale juiciosamente de esas tres fuerzas conjugadas: el miedo, el hambre y la costumbre. ¿De qué manera? El adiestrador las coloca en su brazo y, una vez hartas y satisfechas, las pulgas obedecerán de buena gana la voluntad de su amo. El amaestrador de pulgas, por lo tanto, nutre a sus discípulas con su propia sangre. Saludémosle respetuosamente, porque es el último poeta de los espectáculos de variedades y el único beluario que, por amor hacia sus animales, consiente -supremo escrúpulo- en dejarse devorar por ellos. […] En los primeros años treinta, Juan Tomás, el crítico de circo más documentado de este país, publicó un artículo sabrosísimo sobre un domador de pulgas catalán, Melchor Quevedo. […] El cuadro más espectacular de su exhibición se titulaba “Pobres esclavos”. Consistía en una hilera de pulgas con cadenas en el cuello. Las pobres ni siquiera podían moverse. Este era un cuadro que, según decía Quevedo, inspiraba mucha compasión al público. […] La segunda parte terminaba con una gran cabalgata y la tercera se iniciaba con una carrera. […] Quevedo, aún presentando su espectáculo “a ojo desnudo”, no lo había asegurado todavía -como hizo una amaestradora en 1929, en la Exposición- contra “una posible deserción” de las pulgas. […]