Francisco Pi Y Margall 1894
14/12/2019

La monarquía (1894)

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La monarquía (1894)

La tria de Josep Maria CasasúsEs inútil dorar la apostasía de ciertos hombres. No caben, no, transacciones con la monarquía. La monarquía es el último vestigio del régimen de las castas, y no es ya posible admitir este régimen. La monarquía es la negación de la soberanía del pueblo, y del pueblo deriva todo poder legítimo para el que no reconozca en Dios la fuente del poder público. La monarquía expone a los azares del nacimiento la suerte de las naciones, y la suerte de las naciones no es para ser expuesta a tan graves peligros. La monarquía es la subversión de las leyes de la naturaleza, y no puede ser racional ni admisible lo que a las leyes de la naturaleza se oponga. Régimen de las castas es vincular el poder en una familia. Negar la soberanía del pueblo es erigir en soberanos a los reyes. Fiar a los azares del naci- miento la suerte de las naciones es exponerlas a que hoy las rija un hombre de talento y mañana un imbécil; hoy un hombre de generosos sentimientos y mañana un hombre de depravados instintos y aviesas pasiones. Subversión de las leyes de la naturaleza es que el hijo, sólo por ser rey, mande en sus progenitores. Subversión de estas leyes es aún que el que por código alguno del mundo puede administrar sus propios bienes, rija y administre dilatados pueblos. El año 1846 era presidente del Consejo de Ministros el marqués de Miraflores, y reina de España Isabel II, que tenia a la sazón 16 años. Contaba el marqués con gran mayoría en las Cortes, y no tenía en contra ni la opinión ni la prensa. Doña Isabel le miraba, sin embargo, con desvío, y, ya se oponía a los proyectos que le presentaba, ya a la sanción de las leyes. En vano el marqués obtuvo en el Congreso un voto de confianza. Isabel le exigió que disolviera inme- diatamente las Cortes, y le obligó a dimitir el cargo. No bien dimitió el marqués, apareció en palacio Narváez. Así obran los reyes a los 16 años. Hay, entonces, un Consejo oficial y público, el Consejo de Ministros; y otro Consejo particular y secreto, el Consejo áulico. ¿Cómo no, si es imposible que mozos de tan corta edad conozcan los negocios del Estado y por sí los re- suelvan? Jamás podríamos nosotros transigir con la monarquía. Nos lo vedarían, no sólo nuestros principios democráticos, sino también la razón, el sentimiento de nuestra propia dignidad, y aun el de la dignidad ajena. Somos republicanos, no sólo por convicción, sino también por temperamento y por carácter.

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