Abans d'Ara
Opinió 12/02/2021

El Carnaval de 1861

‘Juan Buscón' (1894)
2 min
El Carnaval de 1861

De l’article d’Ezequiel Boixet, Juan Buscón (Lleida, 1849 - Barcelona, 1916), a La Vanguardia (4-II-1894). Transcriu el testimoni d’un francès que va visitar Barcelona en el Carnaval del 1861. Estava allotjat a l’Hotel Cuatro Naciones, a la Rambla. Com que era confortable i a prop del port atreia viatgers il·lustres d’aquell temps: Chopin, Georges Sand, Stendhal...

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Hace algunas semanas cayeron casualmente en mis manos algunos números de un antiguo periódico francés, hoy fallecido y enterrado, L’Avenir Phocéen, que se publicaba en Marsella. En uno de dichos números había unas impresiones de viaje relatadas por un hijo de la Cannebière que se pasó una quincena en Barcelona, precisamente durante la temporada de Carnaval. Esto ocurría treinta y tres años atrás. Como son muchas las personas que conservarán todavía un recuerdo más o menos preciso, más o menos vago de lo que era nuestro Carnaval en aquellos tiempos, creo de alguna oportunidad el evocar en esta fecha el brillante espectro de una semana de locura y de alegría, descrita muy pintorescamente por un extranjero. “Escribo esta carta en el Hotel de las Cuatro Naciones con la cabeza marcada y los ojos cansados por este panorama vertiginoso, lleno de luz, de color y de incesante barahúnda que me rodea desde que puse los pies en esta bulliciosa capital. Llegué aquí, el jueves gordo, estamos en martes gordo también y llevo con hoy seis días de inconcebible barullo. Vivo entre un pueblo que toma el Carnaval en serio, tanto es el afán que demuestra por divertirse, por entregarse desde que se levanta hasta que se acuesta (suponiendo que se acueste, lo cual empiezo a dudar), a los extremos de la locura carnavalesca. ¡Qué brío! ¡qué ímpetu!... ¡cuánta espontaneidad en esa alegría popular que parece invadir a los barceloneses de todas clases y condiciones durante estos días! Es preciso ser testigo del espectáculo que ofrece esta industriosa ciudad en la semana de Carnaval para formarse una idea exacta de la animación, de la fiebre de placer, que puede dominar a un pueblo entero en ciertos momentos. Para nosotros especialmente, acostumbrados a los fríos e insulsos Carnavales de las ciudades francesas, es una cosa en extremo curiosa, característica y divertidísima el ver lo que estoy viendo desde mi llegada. Hace tres días que dura la rúa: esto es, un indescriptible desfile de carruajes lujosos unos, humildes otros, pero atestados todos de máscaras de mil especies y cataduras; ataviadas riquísimamente o con mucha originalidad... o grotescas simplemente. Con los vehículos alternan nubes de jinetes, muchos de ellos disfrazados también, que manejan diestramente sus monturas haciéndolas caracolear junto a las elegantes carretelas, cruzando saludos y galantes frases con las hermosísimas señoras y señoritas que sonríen reclinadas indolentemente sobre los mullidos almohadones de sus coches. La rúa se verifica en la Rambla, el boulevard por excelencia de Barcelona, con sus centenares de balcones henchidos de espectadores. Mientras carruajes y jinetes desfilan en interminable vuelta por los arroyos, una multitud inmensa, compacta, que apenas puede moverse, grita y se agita y ríe en el centro de la ancha avenida; y nada tan hermoso como el conjunto que he presenciado durante horas seguidas, sin cansarme, desde el balcón de mi cuarto que da sobre la Rambla. […]”

Peces històriques triades per Josep Maria Casasús

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