Carlos Soldevila 1954
05/09/2020

En la muerte de Isabel Llorach (1954)

2 min
En la muerte de Isabel Llorach (1954)

Peces Històriques Triades Per Josep Maria Casasús[...]

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Cuando en la primavera última cooperé, en mi calidad de secretario de Conferencia Club, en la organización de un homenaje a Isabel Llorach que si entonces pareció oportuno, más lo parece ahora, que ha cobrado su pleno sentido de manifestación de gratitud y despedida, hallábame alguna vez con personas que no comprendían o fingían no comprender el motivo de semejante acto. “¿Qué ha hecho esta señora -venían a decir- para que se la agasaje públicamente? Frecuentar la alta sociedad, participar reiteradamente en fiestas y saraos, ser una liceísta asidua, haber sido en su juventud una amazona intrépida, asistir a conciertos, interesarse por muchas manifestaciones artísticas y literarias, mantener en su propia casa un teatro de aficionados con colaboradores como Ramón Casas o Eduardo Marquina, es cosa que está bien, pero tales actividades no suponen sacrificio mayor y hallan sobrada recompensa en su propio desarrollo”. Olvidaban los que tales argumentos esgrimían que la categoría de una ciudad, el porte de sus realizaciones y hasta el sesgo de sus errores dependen siempre de la calidad de sus líderes mundanos. […] Isabel Llorach, que indudablemente no se propuso ejercer mando ni menos dictados de ningún género, sentía, eso sí, con vehemencia unos cuantos ideales, adoraba la ciudad en que había nacido y tenía esa condición preciosa y cada vez más rara que se denomina carácter. No sorprende que se convirtiese pronto en una figura señera de la alta burguesía barcelonesa, a la que por la casi extinción o éxodo de la vieja aristocracia autóctona incumbían funciones que exceden manifiestamente del círculo de lo frívolo y de lo mundano. […] La conversación fue para Isabel Llorach su verdadera y única escuela. En ella supo, como las grandes señoras de otros siglos, adquirir conocimientos y hábitos mentales que, gracias a su intuición y a su poder asimilativo, le sirvieron más de lo que hubieran podido servirle años de Universidad y cosecha de diplomas. […] ¡Adiós, querida Presidenta! Cuando llegó la crisis universal de la primera postguerra y tu clase so-cial sufrió un bajón violento y dramático, te apeaste de tu Rolls y saliste de tu hermoso palacete modernista de la calle de Muntaner sin llantos ni invectivas. […] Si acaso flaqueó alguna vez tu estoicismo, ello ocurrió muchos meses atrás, cuando la edad y las dolencias te obligaron a retirarte del trato social, de la vida de conversación y amistad que para ti era más esencial que el oxígeno del aire. Al morir habrías podido decir como el abate Galiani, el célebre escritor, hombre de salón y diplomático napolitano: “Me voy al otro mundo a reanimar las conversaciones de los difuntos”. Pero tú, Isabel, tenías demasiado buen gusto para soltar tal frase en hora tan solemne.

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